"¡Oh!", se dijo, "no me voy a quedar un minuto más en esta caverna. ¡Mejor morirse de hambre!" ¡TenÃa razón! ¿Qué podÃa hacer? ¿Ir a dar a la División de óperas y de óperas cómicas? ¡Jamás habrÃa aceptado escribir los versos insensatos que exigÃan los músicos del momento!
¿DebÃa rebajarse al nivel de la revista, la fantasÃa y los encargos oficiales?
Pero en esos casos hacÃa falta ser maquinista o pintor, y no autor dramático, ingeniárselas para hallar un decorado nuevo y no otra cosa... En estos géneros se habÃa ido muy lejos con la fÃsica y la mecánica. Sobre la escena se transportaban árboles verdaderos arraigados en cajas invisibles, trozos completos de tierra, selvas naturales y edificios construidos en piedra. Se representaba el océano con verdadera agua de mar, que se vaciaba todos los dÃas ante los espectadores y que se renovaba al dÃa siguiente.
¿Se sentÃa capaz Michel de imaginar ese tipo de cosas? ¿PoseÃa en sà mismo algo que le sirviera para actuar sobre las masas y las impulsara a verter en las cajas de los teatros lo que les sobraba en los bolsillos? ¡No! Cien veces no.
Sólo le quedaba una alternativa. Marcharse. Y eso hizo.