Viaje al centro de la tierra

Yo estaba estupefacto. Mi tío había elevado sus descomunales brazos hacia la espesa bóveda que nos servía de cielo. Su boca desmesuradamente abierta, sus ojos que fulguraban bajo los cristales de sus gafas, su cabeza que se movía en todas direcciones, toda su actitud, en fin, demostraba un asombro sin límites. Se veía ante una inapreciable colección de lepoterios, mericoterios, mastodontes, protopitecos, pterodáctilos y de todos los monstruos antediluvianos acumulados allí para su satisfacción personal. Imaginaos a un apasionado bibliómano transportado de repente a la famosa biblioteca de Alejandría, incendiada por Omar, y que un portentoso milagro hubiera hecho renacer de sus cenizas, y tendréis una idea del estado de ánimo del profesor Lidenbrock.

Pero mayor fue su asombro cuando, corriendo a través de aquel polvo volcánico, levantó un cráneo del suelo, y exclamó con voz temblorosa.

—¡Axel! ¡Axel! ¡Una cabeza humana!

—¡Una cabeza humana, tío! —respondí, no menos sorprendido.

—¡Sí, sobrino! ¡Ah, señor Milne-Edwards! ¡Ah, señor de Quatrefages! ¡Qué lástima que no os encontréis aquí donde me encuentro yo, el humilde Otto Lidenbrock!

eXTReMe Tracker