Viaje al centro de la tierra

—Lo ignoro en absoluto; pero conviene estar preparados para todos los acontecimientos. Subimos con una velocidad que calculo en dos toesas por segundo, o sea ciento veinte toesas por minuto, a más de tres leguas y media por hora. A este paso, se adelanta bastante camino.

—Sí, si nada nos detiene; si tiene salida este pozo. Pero si está taponado, si el aire se comprime poco a poco bajo la presión enorme de la columna de agua, vamos a ser aplastados.

—Axel —respondió el profesor, con mucha serenidad—, la situación es casi desesperada; pero hay aún algunas esperanzas de salvación, que son las que examino. Si es muy cierto que a cada instante podemos perecer, no lo es menos que a cada momento podremos también ser salvados. Pongámonos, pues, en situación de aprovechar las menores circunstancias.

—Pero, ¿qué podemos hacer?

—Preparar nuestras fuerzas, comiendo.

Al oír estas palabras, miré a mi tío con ojos espantados. Había sonado la hora de decir lo que había querido ocultar.

—¿Comer? —repetí.

—Sí, ahora mismo.

El profesor añadió algunas palabras en danés.

—¡Cómo! —exclamó mi tío—. ¿Se habían perdido las provisiones?

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