Viaje al centro de la tierra

—Subamos —dijo mi tío.

—¿No nos acometerá el vértigo? —repliqué.

—Razón de más; es preciso que nos habituemos a él.

—Sin embargo…

—Vamos, no perdamos tiempo insistió el profesor con ademán imperioso.

Tuve que obedecer. Un guardia, que permanecía apostado en el otro lado de la calle, nos entregó una llave y comenzó la ascensión.

Mi tío me precedía con paso lento. Yo le seguía no sin cierto terror, porque se me solía ir la cabeza con facilidad deplorable. No me hallaba dotado del aplomo de las águilas ni de la insensibilidad de sus nervios.

Mientras marchamos por la hélice interior que formaba la escalera, todo fue bien; pero después de haber subido ciento cincuenta peldaños, el aire me azotó la cara: habíamos llegado a la plataforma del campanario donde comenzaba la escalera aérea, que no tenía más resguardo que una frágil barandilla, y cuyos escalones cada vez más estrechos, parecían subir hasta lo infinito.

—¡Me es imposible subir! —exclamé medio aterrado.

—Pero, ¿tan cobarde eres? ¡Sube inmediatamente! —me respondió el cruel profesor.

eXTReMe Tracker