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Entonces, alzándose más, por las armas del soldado y por sus huesos
redobla la pesada segur, aunque le implora y le suplica
muchas cosas; riega lá herida su cara con el tibio cerebro.
Cayó sobre ella y, de pronto asustado por su visión, se detuvo
el hijo guerrero de Auno, habitante del Apenino,
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no el último de los lígures mientras el hado mentir le dejaba.
Y él, cuando comprende que con ninguna carrera
puede escapar ni alejarse de la reina que le acosaba,
comenzando a tender sus lazos con ingenio y astucia,
dice así: "¿Qué hay de glorioso si, aunque mujer, te confías
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a un valiente caballo? Deja de huir y el cuerpo a cuerpo