La Eneida

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Entonces, alzándose más, por las armas del soldado y por sus huesos

redobla la pesada segur, aunque le implora y le suplica

muchas cosas; riega lá herida su cara con el tibio cerebro.

Cayó sobre ella y, de pronto asustado por su visión, se detuvo

el hijo guerrero de Auno, habitante del Apenino,

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no el último de los lígures mientras el hado mentir le dejaba.

Y él, cuando comprende que con ninguna carrera

puede escapar ni alejarse de la reina que le acosaba,

comenzando a tender sus lazos con ingenio y astucia,

dice así: "¿Qué hay de glorioso si, aunque mujer, te confías

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a un valiente caballo? Deja de huir y el cuerpo a cuerpo

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