La Isla del Dr. Moreau

En aquel lugar, la costa se perdía en dirección sur, de tal modo que el sol quedaba a mi derecha. De pronto, a lo lejos, vi frente a mí varias figuras que salían de los arbustos, una detrás de otra: Moreau con su sabueso gris, seguido por Montgomery y otros dos más. Me detuve.

Al verme, empezaron a gesticular y avanzaron hacia mí. Me quedé inmóvil, viendo cómo se acercaban. Los dos Salvajes corrían en cabeza para cerrarme el paso desde los matorrales que había tierra adentro. Montgomery también corría, pero directamente hacia mí. Moreau y los perros los seguían más despacio.

Por fin reaccioné y, volviéndome hacia el mar, caminé en dirección al agua. Al principio apenas cubría. Tuve que alejarme más de veinte metros para que el agua me llegara a la cintura. Las criaturas marinas se apartaban a mi paso.

–¿Qué hace? –gritó Montgomery.

Con el agua por la cintura me di la vuelta y los miré.

Montgomery jadeaba en la orilla. Tenía el rostro congestionado por el esfuerzo y el largo pelo rubio alborotado. El labio inferior caído revelaba unos dientes muy desiguales.

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