La Isla del Dr. Moreau

13. Una conversación

Giré de nuevo y continué hacia el mar. El arroyo termal se ensanchaba hasta formar un arenal poco profundo y cubierto de algas, donde gran cantidad de cangrejos y otros bichos de largos cuerpos con múltiples patas saltaban a mi paso. Caminé hasta la orilla del mar, y allí me sentí a salvo. Me volví a contemplar la verde espesura que había dejado atrás, cortada como por un tajo de humo. Pero, como digo, estaba demasiado agitado y también –algo muy cierto que quizá quienes no conocen el peligro no entiendan– demasiado desesperado para morir.

Pensé que aún me quedaba una oportunidad. Mientras Moreau, Montgomery y su multitud de bestias me perseguían por la isla, ¿no podía ir por la costa hasta el recinto, avanzar en paralelo al tiempo que ellos y, una vez allí, arrancar una piedra de la pared, descerrajar la puerta pequeña y buscar un cuchillo o una pistola para hacerles frente a su regreso? En cualquier caso, era una oportunidad de poner precio a mi vida.

Así pues, regresé hacia poniente, caminando por la orilla del mar. El sol, ya en el ocaso, me lanzaba a los ojos sus rayos de calor cegador. La apacible marea del Pacífico entraba con suave ondulación.

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