La Isla del Dr. Moreau

2. El hombre que no iba a ninguna parte

El camarote en el que desperté era pequeño y bastante desaliñado. Un hombre más bien joven y rubio, con erizado bigote de color pajizo y el labio inferior caído, estaba sentado junto a mí, sosteniéndome la muñeca. Nos miramos por espacio de un minuto sin decir una palabra. Tenía ojos grises y acuosos, extrañamente desprovistos de expresión.

Entonces se oyó un ruido arriba, como si arrastrasen una cama de hierro, y el gruñido furioso y apagado de un gran animal. En ese momento el hombre habló de nuevo.

Repitió su pregunta:

–¿Cómo se encuentra ahora?

Creo que dije encontrarme perfectamente. No conseguía recordar cómo había llegado hasta allí. Debió de interpretar la pregunta en mi rostro, pues no podía articular palabra.

–Lo encontramos en un bote; medio muerto de hambre. El bote se llamaba Lady Vain y había manchas de sangre en la borda.

En ese momento vi mi mano, flaca como una bolsa de piel sucia y llena de huesos, y entonces recordé todo lo ocurrido en el bote.

–¡Tome un poco de esto! –dijo; y me dio una sustancia helada de color carmesí.

Sabía a sangre y me devolvió las fuerzas.

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