La Isla del Dr. Moreau

–Tiene suerte de haber sido rescatado por un barco con médico abordo –exclamó con cierto deje ceceante.

–¿Qué barco es éste? –pregunté despacio, la voz ronca luego de tan largo silencio.

–Es un pequeño mercante que viene de Arica y Callao. Nunca pregunté cuál fue su puerto de origen. El país de los tontos, supongo. Yo vengo de Arica. El estúpido a quien pertenece, que también es su capitán, un tal Davis, ha perdido su certificado o algo por el estilo. Ya sabe cómo es esa gente; le llama Ipecacuanha a este cascarón: ¡nombre endiablado donde los haya! Pero, cuando la mar está sin una gota de viento, se porta bien.

Se reanudaron los ruidos arriba: un gruñido y una voz humana. Luego se oyó otra voz que desistía diciendo:

–¡Maldito idiota!

–Estaba medio muerto –continuó mi interlocutor–. Lo cierto es que le faltaba muy poco. Pero le di un brebaje. ¿Siente los brazos doloridos? Inyecciones. Ha estado inconsciente durante casi treinta horas.

Me quedé pensativo. Entonces me distrajo el ladrido de unos perros.

–¿Podría tomar algo sólido? –pregunté.

–Gracias a mí –respondió él–. El cordero está cociendo.

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