El secreto de la vida

Por último, señor, permítame decirle lo siguiente: un artículo como el que ha publicado me lleva a desesperar de que en Inglaterra sea posible una cultura general. Si yo fuese un autor francés y mi libro se hubiese publicado en París, ni a un solo crítico, ni a un solo periódico de prestigio, se les habría ocurrido criticarlo desde un punto de vista ético. De haberlo hecho, se habrían puesto en ridículo no solo ante todos los hombres de letras, sino ante la mayoría de los lectores. A menudo ha escrito usted contra el puritanismo. Créame, señor, que el puritanismo nunca es tan ofensivo y destructivo como cuando trata de cuestiones artísticas. Ahí reside lo radicalmente pernicioso de su influencia. El mismo puritanismo al que ha dado voz su crítico es el que echa a perder el instinto artístico de los ingleses. Así que, en lugar de darle pábulo, debería usted enfrentarse a él y tratar de enseñar a sus críticos la diferencia esencial entre el arte y la vida. El caballero que criticó mi libro confunde totalmente las dos cosas, y su intento de ayudarle proponiendo que se limiten los asuntos de las obras de arte no contribuye a mejorar las cosas. Es necesario poner límites a nuestros actos, pero no al arte. El arte abarca todo lo que existe y lo que no existe, y ni siquiera el director de un periódico londinense tiene derecho a restringir la libertad del arte a la hora de escoger el tema que desea tratar.

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