Rob Trenton ocupaba una mesa en la acera, la segunda tarde consecutiva, consumiendo Cinzano a intervalos y cuidadosamente espaciado; asà podÃa mantener perpetuamente ocupada su mesa, dándose cuenta, bien a pesar suyo, de que la ley del tanteo es una cosa traicionera. Cada uno de los pelmazos que a bordo del trasatlántico él habÃa eludido durante el viaje, insistÃan en sentarse en la silla vacante que tenÃa a su lado, diciéndole que tenÃan tiempo suficiente para ver ParÃs. Pero la única persona que Rob querÃa desesperadamente ver, no apareció.