Alex Kramo estaba nervioso, excitadÃsimo. Con frecuencia, se levantaba de la mesa de trabajo e iba a la ventana, descorriendo las cortinas para mirar la noche. Nada. Marcelo y Bachdà no llegaban. HabrÃa ocurrido algo. El cientÃfico sabÃa lo peligroso de la misión que habÃa confiado a sus dos ayudantes. Algo podÃa fallarles. Robar recién nacidos en el hospital más importante de Nueva York era un desafÃo al servicio de policÃa más eficiente de América. Sin embargo, el plan de Marcelo y Bachdà era perfecto. No podÃa fallar. El doctor Kramo estaba seguro que no podÃa fallar... ¡No fallarÃa! Él necesitaba los seis recién nacidos y sabÃa que ninguna madre se los darÃa para utilizarlos poco menos que de cobayas. Volvió a su mesa. Estaba repasando las fórmulas por milésima vez. Lo tenÃa todo preparado abajo, en el laboratorio. HabÃa experimentado numerosas veces con distintos animales. Los resultados de las «neurohormonas» eran sorprendentes. En todos los casos, las especies estudiadas habÃan sufrido un notable cambio.