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Reseña de Planeta sin tiempo

Desde la dura y elevada roca donde se encontraba sentada, Tui podía admirar el verde y dilatado valle, que se extendía hasta las lejanas y oscuras montañas. Veía también los canales inagotables, por donde discurría el líquido transparente y fresco que su organismo necesitaba beber de vez en cuando. Todo era maravilloso allí, en Eosfor. Los seres, como Tui, vagaban por la calle, o estaban sentados sobre la hierba, o corrían, unos en pos de otros, como jugando. Cuando se cansaban, se tendían sobre la blanda alfombra verde del suelo, dejándose acariciar por los invisibles y cálidos dedos del generoso Akbain, que siempre les alumbraba desde el cielo. Tui era feliz aquel momento. Siempre era feliz, pero en aquel instante se sentía mucho más feliz. Era mujer y joven, aunque, a decir verdad, también había sido siempre joven. Ella no tenía noticias de que en Eosfor alguien se hiciera viejo, aunque oyó decir que muchos se iban al viaje eterno, situado en la región de la oscuridad, y ya no regresaban.

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