Bannister hizo saltar la llave en la palma de la mano. SÃ, se imaginaba qué puerta abrÃa. El número figuraba en la llave. Entonces, bastaba ir a la estación de autobuses de Halfton Mili, abrir uno de los armarios de equipajes, extraer el envÃo y? Bannister volvió a suspirar. ?Ocho años ?dijo, a media voz. Pero valÃa la pena haber esperado. SÃ, los ocho años habÃan pasado como un soplo y ahora iba a encontrarse con lo que resolverÃa sus problemas de un modo punto menos que definitivo. Ya no necesitarÃa tener que amarrarse a un escritorio, por una suma semanal poco menos que irrisoria? Probablemente, montarÃa su propio negocio? Las ideas se agolpaban en su mente. ¡PodÃan hacerse tantas cosas con ochenta mil libras!