Una cogió a Capocchio, y en el nudo
del cuello le mordió, y al empujarle,
le hizo arañar el suelo con el vientre.
Y el aretino, que quedó temblando,
me dijo: « El loco aquel es Gianni Schichi,
que rabioso a los otros así ataca.»
«Oh —le dije— así el otro no te hinque
los dientes en la espalda, no te importe
el decirme quién es antes que escape.»
Y él me repuso: «El alma antigua es ésa
de la perversa Mirra, que del padre
lejos del recto amor, se hizo querida.
El pecar con aquél consiguió ésta
falsificándose en forma de otra,
igual que osó aquel otro que se marcha,
por ganarse a la reina de las yeguas,
falsificar en sí a Buoso Donati,
testando y dando norma al testamente.»
Y cuando ya se fueron los rabiosos,
sobre los cuales puse yo la vista,
la volví por mirar a otros malditos.
Vi a uno que un laúd parecería
si le hubieran cortado por las ingles
del sitio donde el hombre se bifurca.
La grave hidropesía, que deforma
los miembros con humores retenidos,
no casado la cara con el vientre,