Y aquél le respondió: « Al encaminarte
al fuego, tan veloz no lo tuviste:
pero sí, y más, cuando falsificabas.»
Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto;
mas tan veraz testimonio no diste
al requerirte la verdad en Troya.»
«Si yo hablé en falso, el cuño falseaste
—dijo Sinón— y aquí estoy por un yerro,
y tú por más que algún otro demonio.»
«Acuérdate, perjuro, del caballo
—repuso aquel de la barriga hinchada—;
y que el mundo lo sepa y lo castigue.»
«Y te castigue a ti la sed que agrieta
—dijo el griego— la lengua, el agua inmunda
que al vientre le hace valla ante tus ojos.»
Y el monedero dilo: «Así se abra
la boca por tu mal, como acostumbra;
que si sed tengo y me hincha el humor,
te duele la cabeza y tienes fiebre;
y a lamer el espejo de Narciso,
te invitarían muy pocas palabras.»
Yo me estaba muy quieto para oírles
cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira!
no comprendo qué te hace tanta gracia.»
Al oír que me hablaba con enojo,
hacia él me volví con tal vergüenza,
que todavía gira en mi memoria.