La Divina Comedia

Y aquél le respondió: « Al encaminarte

al fuego, tan veloz no lo tuviste:

pero sí, y más, cuando falsificabas.»

Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto;

mas tan veraz testimonio no diste

al requerirte la verdad en Troya.»

«Si yo hablé en falso, el cuño falseaste

—dijo Sinón— y aquí estoy por un yerro,

y tú por más que algún otro demonio.»

«Acuérdate, perjuro, del caballo

—repuso aquel de la barriga hinchada—;

y que el mundo lo sepa y lo castigue.»

«Y te castigue a ti la sed que agrieta

—dijo el griego— la lengua, el agua inmunda

que al vientre le hace valla ante tus ojos.»

Y el monedero dilo: «Así se abra

la boca por tu mal, como acostumbra;

que si sed tengo y me hincha el humor,

te duele la cabeza y tienes fiebre;

y a lamer el espejo de Narciso,

te invitarían muy pocas palabras.»

Yo me estaba muy quieto para oírles

cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira!

no comprendo qué te hace tanta gracia.»

Al oír que me hablaba con enojo,

hacia él me volví con tal vergüenza,

que todavía gira en mi memoria.

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