La Divina Comedia

Y con cariño cogióme la mano,

y dijo: «Antes que hayamos avanzado,

para que menos raro te parezca,

sabe que no son torres, mas gigantes,

y en el pozo al que cerca esta ribera

están metidos, del ombligo abajo.»

Como al irse la niebla disipando,

la vista reconoce poco a poco

lo que esconde el vapor que arrastra el aire,

así horadando el aura espesa y negra,

más y más acercándonos al borde,

se iba el error y el miedo me crecía;

pues como sobre la redonda cerca

Monterregión de torres se corona,

así aquel margen que el pozo circunda

con la mitad del cuerpo torreaban

los horribles gigantes, que amenaza

aún desde el cielo Júpiter tronando.

Y yo miraba ya de alguno el rostro,

la espalda, el pecho y gran parte del vientre,

y los brazos cayendo a los costados.

Cuando dejó de hacer Naturaleza

aquellos animales, muy bien hizo,

porque tales ayudas quitó a Marte;

Y si ella de elefantes y ballenas

no se arrepiente, quien atento mira,

más justa y más discreta ha de tenerla;

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