como era allÃ; porque si el Pietrapana
o el Tambernic, encima le cayese,
ni «crac» hubiese hecho por el golpe.
Y tal como croando está la rana,
fuera del agua el morro, cuando sueña
con frecuencia espigar la campesina,
lÃvidas, hasta el sitio en que aparece
la vergüenza, en el hielo habÃa sombras,
castañeteando el diente cual cigüeñas.
Hacia abajo sus rostros se volvÃan:
el frÃo con la boca, y con los ojos
el triste corazón testimoniaban.
Después de haber ya visto un poco en torno,
miré, a mis pies, a dos tan estrechados,
que mezclados tenÃan sus cabellos.
«Decidme, los que asà apretáis los pechos
—les dije— ¿Quiénes sois?» Y el cuello irguieron;
y al alzar la cabeza, chorrearon
sus ojos, que antes eran sólo blandos
por dentro, hasta los labios, y ató el hielo
las lágrimas entre ellos, encerrándolos.
Leño con leño grapa nunca une
tan fuerte; por lo que, como dos chivos,
los dos se golpearon iracundos.
Y uno, que sin orejas se encontraba
por la friura, con el rostro gacho,