«Me engañan tus palabras o me tientan,
—me respondió— pues, hablando toscano,
del buen Gherardo nunca hayas oído.
Por ningún otro nombre le conozco,
si de Gaya, su hija, no lo saco.
Quedad con Dios, pues más no os acompaño
Ved el albor, que irradia por el humo
ya clareando; debo retirarme
(allí está el ángel) antes que me vea.»
De este modo se fue y no quiso oírme.