La Divina Comedia

en su apariencia, y así se moría;

alrededor estaba el gran Asuero,

Ester su esposa, Mardoqueo el justo,

tan íntegro en sus obras y palabras.

Y como se rompiera aquella imagen

por ella misma, igual que una burbuja

a la que falta el agua que la hizo,

surgió de mi visión una muchacha

llorando, y dijo: «Oh reina, ¿por qué airada

te quisiste matar? Ahora estás muerta

por no querer perder a tu Lavinia;

¡Y me has perdido! soy la que lamento

antes, madre, los tuyos, que otros males.»

Como se rompe el sueño de repente

cuando hiere en los ojos la luz nueva,

que aún antes de morir roto se agita;

así mi imaginar cayó por tierra

en cuanto que una luz hirió en mis ojos,

mucho mayor de la que se acostumbra.

Yo me volví para mirar qué fuese,

cuando una voz me dijo: «Aquí se sube»,

que me apartó de otro cualquier intento;

y tan prestas las ganas se me hicieron

para mirar quién era el que me hablaba,

que no cejara hasta no contemplarlo.

Mas como al sol que ciega nuestra vista

y por sobrado vela su figura,

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