griegos que de laureles se coronan.
Allí se ven aquellas gentes tuyas,
Antígona, Deífile y Argía
y así como lo fue de triste, a Ismene.
Vemos a aquella que mostró Langía,
a Tetis y la hija de Tiresias,
y a Deidamia con todos sus hermanos.»
Ya se callaban ambos dos poetas,
de nuevo atentos a mirar en torno,
ya libres de subir y de paredes;
y habían cuatro siervas ya del día
atrás quedado, y al timón la quinta
enderezaba a lo alto el carro ardiente,
cuando mi guía: «Creo que hacia el borde
volver el hombro diestro nos conviene,
dando la vuelta al monte cual solemos. »
Así fue nuestro guía la costumbre,
y emprendimos la ruta más tranquilos
pues lo aprobaba aquel alma tan digna.
Ellos iban delante, y solitario
yo detrás, escuchando sus palabras,
que en poetizar me daban su intelecto.
Mas pronto rompió las dulces razones
un árbol puesto en medio del camino,
con manzanas de olor bueno y suave;
y así corno el abeto se adelgaza
de rama en rama, aquel abajo hacía,