ni cuando fue su ayuno más severo.
Y pensando decíame: «¡Aquí viene
la gente que perdió Jerusalén,
cuando María devoró a su hijo!
Parecían sus órbitas anillos
sin gemas: y quien lee en la cara "omo"
bien podría encontrar aquí la eme.
¿Quién pensaría que el olor de un fruto
tal hiciese, el anhelo produciendo,
o el de una fuente, no sabiendo cómo?
Maravillado estaba de tal hambre,
pues la razón aún no conocía
de su piel escarnada y su flaqueza,
cuando de lo más hondo de su rostro
fija su vista me volvió una sombra;
luego fuerte exclamó: "¿Qué gracia es ésta?"
Nunca el rostro le hubiese conocido;
pero en la voz se me hizo manifiesto
lo que el aspecto había deformado.
Esta chispa encendió de aquel tan otro rostro
del todo mi conocimiento,
y conocí la cara de Forese.»
«Ah, no te fijes en la seca roña
que me destiñe —rogaba— la piel,
ni por la falta de carne que tenga;
dime en verdad de ti, y de quién son esas
dos ánimas que allí te dan escolta;