La Divina Comedia

¡no te quedes aquí sin que me hables!»

«Tu cara, que lloré cuando moriste,

con no menos dolor ahora la lloro

—le respondí— al mirarla tan cambiada.

Pero dime, por Dios que así os deshoja;

no pidas que hable, pues estoy atónito;

mal podrá hablar quien otra cosa quiere.»

Y él a mí— «Del querer eterno baja

un efecto en el agua y en el árbol

que dejasteis atrás, que así enflaquece.

Toda esta gente que llorando canta,

por seguir a la gula sin medida,

santa se vuelve aquí con sed y hambre

De comer y beber nos da el deseo

el olor de la fruta y del rocío

que se extiende por sobre la verdura.

Y ni un solo momento en este espacio

dando vueltas, mitiga nuestra pena:

pena digo y debiera decir gozo,

que aquel deseo al árbol nos conduce

donde Cristo gozoso dijo 'Eli',

cuando nos redimió la sangre suya.»

Yo contesté: «Forese, desde el día

que el mundo por mejor vida trocaste,

cinco años aún no han transcurrido.

Si antes se terminó el que tú pudieras

pecar aún más, de que llegase la hora

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