La Divina Comedia

y no vi ningún gesto de tristeza.

Vi por el hambre en vano usar los dientes

a Ubaldín de la Pila y Bonifacio,

que apacentara a muchos con su torre.

Vi a Maese Marqués, que ocasión tuvo

de beber en Forlí sin sequedades,

y que nunca veíase saciado.

Mas como hace el que mira y luego aprecia

más a uno que otro, hice al luqués,

que de mí más curioso parecía.

Él murmuraba, y no sé que «Gentucca»

sentía yo, donde él sentía la plaga

de la justicia que así le roía.

«Alma —dije— que tal deseo muestras

de hablar conmigo, hazlo claramente,

y a los dos satisfaz con tus palabras.»

«Hay nacida, aún sin velo, una mujer

—él comenzó— que hará que mi ciudad

te plazca aunque otros muchos la desprecien.

Tú marcharás con esta profecía:

si en mi murmullo alguna duda tienes,

la realidad en claro ha de ponerlo.

Pero dime si veo a quien compuso

aquellas nuevas rimas que empezaban:

«Mujeres que el Amor bien conocéis.»

Y yo le dije: «Soy uno que cuando

Amor me inspira, anoto, y de esa forma

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