como un caballo joven y espantado.
Alcé mi rostro para ver quién era;
y jamás pude ver en ningún horno
vidrio o metal tan rojo y tan luciente,
como a quien vi diciendo: «Si os complace
subir, aquí debéis de dar la vuelta;
quien marcha hacia la paz, por aquí pasa.»
Me deslumbró la vista con su aspecto;
por lo que me volví hacia mis doctores,
como el hombre a quien guía lo que escucha.
Y como, del albor anunciadora,
sopla y aroma la brisa de mayo,
de hierba y flores toda perfumada;
yo así sentía un viento por en medio
de la frente, y sentí un mover de plumas,
que hizo oler a ambrosía el aura toda.
Sentí decir: «Dichosos los que alumbra
tanto la gracia, que el amor del gusto
en su pecho no alienta demasiado,
apeteciendo siempre cuanto es justo.»