El Zarco

—No, mamá, de eso sí puede usted estar segura. Nunca me arrepentiré. ¡Si el corazón se va adonde quiere…, no adonde lo mandan! —añadió lentamente y con risueña gravedad ayudando a la señora a levantarse de su taburete.

La noche había cerrado, en efecto; el rocío, tan abundante en las tierras calientes, comenzaba a caer; las sombras de la arboleda de la huerta se hacían mas intensas a causa de la luz de la luna, que comenzaba a alumbrar, y la familia se entró en sus habitaciones.











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