El Zarco

Capítulo 5. El Zarco

A la sazón que esto pasaba en Yautepec, a un costado de la hacienda de Atlihuayan, y por un camino pedregoso y empinado que bajaba de las montañas, y que se veía flanqueado por altas malezas y coposos árboles, descendía poco a poco y cantando, con voz aguda y alegre, un gallardo jinete montado en brioso alazán que parecía impacientarse, marchando tortuosamente en aquel sendero en que resonaban echando chispas sus herraduras.

El jinete lo contenía a cada paso, y en la actitud más tranquila, parecía abandonarse a una deliciosa meditación, cruzando una pierna sobre la cabeza de la silla, como las mujeres, mientras que entonaba, repitiéndola distraído, una copla de una canción extraña, compuesta por bandidos y muy conocida entonces en aquellos lugares:

Mucho me gusta la plata, pero más me gusta el lustre, por eso cargo mi reata pa la mujer que me guste.

El jinete, caminando así a mujeriegas, no parecía darse prisa por bajar al llano, y de cuando en cuando se detenía un momento, para dejar que su caballo respirara y para contemplar la luna por los claros que solían dejar los árboles de la montaña. Así, mirándola atentamente, observaba también las estrellas y parecía averiguar la hora, como si estuviese pendiente de una cita.

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