El Zarco

Desde entonces comenzó esa comunicación frecuente y nocturna con la joven, comunicación que no era peligrosa para él, dado el terror que infundía su nombre y dadas también las inteligencias que cultivaba en la población, en donde los bandidos contaban con numerosos emisarios y espías.

Entre tanto, sus crímenes aumentaban de día en día; sus venganzas sobre sus antiguos enemigos de las haciendas eran espantosas y el pavor que inspiraba su nombre había acobardado a todos. Los mismos hacendados, sus antiguos amos, habían venido temblando a su presencia a implorar su protección y se habían constituido en sus humildes y abyectos servidores, y no pocas veces, él, antiguo mozo de estribo, había visto tener la brida de su caballo al arrogante señorón de la hacienda a quien antes había servido humilde y despreciado.

Semejantes venganzas y humillaciones fueron harto frecuentes en esa época, gracias a la audacia y número de los bandidos, cuyo poder era ilimitado en aquella comarca infortunada, y gracias más que todo a la impotencia del gobierno central, que, ocupado en combatir la guerra civil y en hacer frente a la intervención extranjera, no podía distraer a sus tropas para reprimir a los bandidos.

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