El Zarco

Capítulo 9. El Búho

El Zarco se hallaba, pues, en la plenitud de su orgullo satisfecho. Había realizado parte de sus aspiraciones. Era temido, se había vengado; sus numerosísimos robos le habían producido un botín cuantioso; disponía a discreción del bolsillo de los hacendados. Cuando necesitaba una fuerte cantidad de dinero, se apoderaba de un cargamento de azúcar o de aguardiente o de un dependiente rico, y los ponía a rescate; cuando quería poner a contribución una hacienda, quemaba un campo de cañas, y cuando quería infundir pavor a una población, asesinaba al primer vecino infeliz a quien encontraba en sus orillas.

Pero satisfecha su sed de sangre y de rapiña, sentía que aún le faltaba alguna cosa. Eran los goces del amor, pero no esos goces venales que le habían ofrecido las condescendencias pasajeras de las mujeres perdidas, sino los que podía prometerle la pasión de una mujer hermosa, joven; de una clase social superior a la suya, y que lo amara sin reserva y sin condición.




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