Jueves, 27
MI maestra ha cumplido su promesa y ha venido hoy a casa en el momento en que me disponía a salir con mi madre para llevar ropa blanca a una pobre mujer, cuya necesidad habíamos leído en los periódicos. Hacía un año que no la habíamos visto en casa; así es que todos la recibimos con mucha alegría. Continúa siendo la misma, menudita, con su velo verde en el sombrero, vestida sencillamente, con peinado algo descuidado por faltarle tiempo para arreglarse, pero más descolorida que el año pasado, con algunas canas y sin dejar de toser.
Mi madre le ha preguntado:
—¿Cómo va de salud, querida maestra?
—¡Bah! No importa —ha respondido, sonriéndose de modo alegre y melancólico a la vez.
—Se esfuerza usted demasiado hablando fuerte —ha añadido mi madre— y brega mucho con los chiquitos.
Y es verdad; en clase no para de hablar; lo recuerdo de cuando iba con ella; continuamente está llamando la atención de sus pequeños alumnos para que no se distraigan. No está un momento sentada.