Las ultimas cartas de Stalingrado

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… A mi alrededor todo está confuso, embrollado, de manera que no sé qué hacer. ¿No será acaso mejor poner el final en el lugar del principio?

Queridísima Ana, sin duda te extrañará recibir una carta hasta cierto punto cómica, pero si la lees con calma, verás que no lo es en absoluto. Antes veías siempre en mí a un burgués, y debo darte la razón cuando, por ejemplo, yo embutía en mi cartera el pan del desayuno. Dos rebanadas a mano izquierda y dos a la derecha, encima metía las manzanas y además el termo. El termo tenía que meterlo atravesado encima de las manzanas para que no se reblandeciera la mantequilla del pan. Eran unos tiempos —¿cómo decía siempre tío Herbert?—, unos tiempos de reflexión. Hoy ya no soy un burgués. En nuestro refugio hay un calorcillo agradable. Hemos desmontado algunos automóviles que han ido a parar a la estufa; esto no debe saberlo nadie, aunque aquí hay preocupaciones de muy otra índole.





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