Sir Gawain y el caballero verde

IV

El Año Nuevo se acerca a medida que pasa la noche y viene el día barriendo tinieblas, tal como el Señor tiene ordenado. En la tierra despierta el tiempo riguroso: las nubes derraman un frío penetrante, y el gélido aliento del norte aguijonea la carne. La nieve cae espesa, helando la vegetación; las ráfagas de viento bajan aullando desde las alturas, y llenan los valles de grandes ventiscas. El caballero escucha echado en su lecho. Aunque tiene cerrados los ojos, duerme poco; y cada canto de gallo le recuerda la cita. Se levantó rápidamente, antes de amanecer, a la luz de la lámpara que alumbraba su cámara. Llamó a su chambelán, que contestó en seguida, y le ordenó que le trajese su cota de malla y la silla del caballo. Se levantó éste a toda prisa, trajo la armadura, y vistió a sir Gawain con gran ceremonia: primero le puso las ropas para protegerle del frío, y luego el arnés, que le había guardado fielmente; había bruñido todas las piezas, inferiores y superiores, y limpiado las anillas de su rica cota, de forma que todo estaba tan nuevo como el día que lo estrenó, cosa que sir Gawain le agradeció satisfecho. Y el más claro caballero que ha habido desde los tiempos de Grecia se puso cada una de las piezas, todas limpias y brillantes, y pidió que le trajesen su caballo.

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