Los Lanzallamas

TARDE Y NOCHE DEL DIA SABADO

LA AGONIA DEL RUFIAN MELANCOLICO

El sol se filtra por la persiana entreabierta de la sala del hospital; un sol oblicuo que le baña la cara. Inútilmente Haffner intenta levantar un brazo para espantar las moscas, cuyas antenas hormiguean en sus labios; los miembros le pesan como si estuvieran tallados en bronce, y con la cabeza torcida sobre la almohada y una raya de neblina entre los párpados entreabiertos, agoniza.

De pronto, alguien dice a su lado:

—¿Quién fue que te tiró? ¿El Lungo o el Pibe Miflor?

El Rufián Melancólico quiere abrir los ojos, contestar, pero no puede. La sed ―una sed terrible― le ha sajado la lengua, mientras que el sol centellea través de sus párpados una espesa neblina roja. La neblina, como el reverbero de una fragua, penetra a través de su cráneo y le punza el bulbo. Ávidamente recuerda un charco de agua sucia que había al pie de un poste, en la herrería en la que jugaba cuando tenía pocos años. Ah, ¡si tuviera ese charco al alcance de su boca! Y sin embargo, le es imposible mover un brazo.

Otra vez la misteriosa voz, meliflua y autoritaria, insiste en su oído:

—Hablá. ¿Quién fue? ¿El Lungo o el Pibe Miflor?

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