Los Lanzallamas

BAJO LA CÚPULA DE CEMENTO

Erdosain se detiene frente a la casa de departamentos, al tiempo que a pocos pasos un hombre abre la puerta de su casa. Junto al desconocido se ha detenido un gato blanco y negro. El hombre entra, pero el gato no lo sigue. El desconocido cierra intencionalmente la puerta. El gato raspa con una pata en el zócalo, y entonces el hombre ―que aguardaba― abre la puerta, se inclina, le pasa una mano por el lomo al gato. Este atiesa la cola, el desconocido toma por el vientre a la bestia y la puerta se cierra.

Erdosain, adolorido, permanece en la orilla de la vereda. Piensa:

―Ese hombre está satisfecho. Acarició al gato que lo esperaba en el umbral. El gato tendría ganas de pasear, salió, vaya a saber dónde anduvo metido. Para eso es gato. Y al volver, como encontró la puerta cerrada, esperó a su patrón. El gato tiene al hombre… Pero al hombre, ¿quién le abrirá la puerta misteriosa?

En su mente se levanta una fachada infinita. Los muros ondulan como una cortina de humo. Desecha el espectáculo. La fachada se aleja como un eco de trompa. Incluso persiste en su carne un ritmo de galope. Luego, más lejos, la muralla de humo. Regresa a la orilla de la vereda. Da un paso. Otro. Uno. Dos. Uno. Dos.

—¿Quién es el hombre? Yo… —uno, dos—. Yo soy el hombre —uno, dos—. ¿Yo? S.O.S. Es notable… —uno, dos.

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