Los Lanzallamas

En cambio, Erdosain, al llegar a la quinta, fue recibido por el Astrólogo en la puerta de la casa. Remo experimentó cierta extrañeza al ver que aquél no lo hacía pasar al escritorio, como de costumbre, sino a la habitación contigua: un cuarto siniestro, largo como un pasadizo y débilmente iluminado por una lámpara de pocas bujías. Era increíble la cantidad de polvo que había allí, acumulado en todos los rincones. El moblaje de la habitación pasadizo consistía en un perchero de caoba y dos sillas de madera, de aquellas que se usan en las cocinas; también excesivamente cubiertas de tierra. En un vértice estaba la escalera que permitía subir al cuarto de los títeres.

Remo, fatigado, se dejó caer pesadamente en el incómodo asiento. El Astrólogo lo miraba con cierta expresión de hombre interrumpido en sus quehaceres por una visita inoportuna.

—Recibí hoy su telegrama —dijo Erdosain—. Aquí le traigo el proyecto de la fábrica de gases.

—¡Ah, sí! ¿A ver?…

Remo le entregó el cuadernillo que había confeccionado, y el Astrólogo se puso a leer a media voz.

Erdosain se cruzó de brazos y cerró los ojos. Tenía sueño. Además, no le interesaba en modo alguno ver la cara del otro mientras murmuraba como un rezo lo que sigue:

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