Los Lanzallamas

Ergueta colocó sus manos en la cintura, guiñó largamente un párpado, y movió la cabeza al tiempo que decía:

—¡Parece la casa de la iniquidad!

Su sobretodo colgaba de un clavo. Fue y se lo echó a la espalda, cogió la Biblia, y bajando la escalera epilogó:

—Es inútil. Donde yace la Ramera nada bueno puede ocurrir. Es mejor que abandone este lugar de iniquidad. Dios, que provee de alimentos a los pájaros y a los peces, no me lo negará a mí.

Y sin sombrero y en alpargatas se largó a las calles de Temperley. La Biblia bajo el brazo testimoniaba lo ardiente de su fe.






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