Los Lanzallamas

EPILOGO

Después de analizar las crónicas y relatos de testigos que viajaron en el mismo coche con Erdosain, así como los legajos sumariales, he podido reconstruir más o menos exactamente la escena del suicidio.

El asesino ocupó el asiento siete del primer coche del convoy, donde se encuentra la cabina del motorista. Apoyó la cabeza en el vidrio de la ventanilla, y permaneció en esa actitud hasta la estación de Villa Luro, donde lo despertó el inspector para pedirle el boleto.

De allí hasta el momento en que se mató permaneció despierto.

La frescura de la noche no fue obstáculo para que abriera la ventanilla y se quedara tendido, recibiendo en el rostro el viento a presión que entraba por la abertura.

Una señora que viajaba con su esposo reparó en esta prolongada actitud de Erdosain, y le dijo a aquél: 

—Mira, ese joven parece que está enfermo. ¡Qué palidez que tiene!

En Haedo dos señoritas se sentaron frente a él. El no las miró. Ellas, mortificadas en su vanidad, recordaron más tarde por este detalle al indiferente pasajero. Erdosain mantenía los ojos inmóviles, en la oscuridad permanentemente oblicua a la velocidad del tren. Las dos viajeras bajaron en Merlo, y en el coche quedó sólo Erdosain con el matrimonio.

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