Los Siete locos

—Cómo no, venga. —Y el Astrólogo lo acompañó hasta su dormitorio. Erdosain se quitó los botines, extenuado ya, arrojó el saco en el respaldar de la cama. Un ardor enorme le quemaba los párpados, su pecho se cubrió de sudor espeso y no pensó más.

Despertó ya oscurecido, al ruido del Astrólogo que abría una persiana. Volvióse sobresaltado, mientras que el otro le decía:

—¡Por fin! Hace veintiocho horas que está durmiendo. —Mas como expresara duda, el Astrólogo le alcanzó los diarios del día, y, ciertamente, habían pasado dos días.

Erdosain saltó de la cama pensando en Hipólita.

—Es necesario que me vaya.

—Usted dormía que parecía un muerto. Nunca he visto a nadie dormir así, con tal cansancio, hasta con el olvido de las necesidades naturales... pero, a propósito, ¿de dónde sacó usted esa historia del suicida del café? He visto los diarios de ayer a la noche y de esta mañana. Ninguno trae esa noticia. Usted la ha soñado.

—Sin embargo, yo puedo enseñarle el café.

—Pues soñó en el café, entonces.

—Puede ser... no tiene importancia... ¿y eso?...

—Ya está.

—¿Todo?

—Todo.

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