Emma

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CAPÍTULO XLIX

DURANTE toda la mañana siguiente continuó haciendo más o menos el mismo tiempo; y en Hartfield parecía reinar la misma soledad y la misma melancolía… pero a primera hora de la tarde el cielo se despejó; el viento cedió en fuerza; las nubes se disiparon; lució el sol; había vuelto el verano; con toda la vehemencia que inspira un cambio de tiempo como éste, Emma se propuso salir al aire libre lo antes posible. Nunca el maravilloso espectáculo, los olores, la sensación de la naturaleza tranquila, cálida, brillante, después de una tempestad, le habían resultado más atractivos; ansiaba la serenidad que todo ello iba a introducir gradualmente en su espíritu; y al visitarles el señor Perry poco después de comer, con toda una hora libre para consagrar a su padre, aprovechó en seguida la ocasión para salir al jardín… Allí, con el ánimo más reposado, y las ideas un poco calmadas, dio unas cuantas vueltas; cuando vio al señor Knightley franqueando la puerta del jardín y dirigiéndose hacia ella… Era la primera noticia que tenía de que había vuelto de Londres. Un momento antes Emma había estado pensando en él considerándole sin la menor vacilación a dieciséis millas de distancia. Sólo tenía tiempo para hacer una rápida composición de lugar. Tenía que dominarse y sosegarse. Al cabo de medio minuto estuvieron el uno enfrente del otro. Los «¿Cómo está usted?» fueron tranquilos y mesurados por una y otra parte. Ella le preguntó por sus amigos mutuos; estaban todos bien.


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