Emma

—Ya verá —replicó el señor Knightley— cómo le consentirá incluso más de lo que le consentía a usted, y estará convencida de que no le consiente nada. Ésta será la única diferencia.

—¡Pobre criatura! —exclamó Emma—. Entonces, ¿qué va a ser de ella?

—No hay que alarmarse mucho. Es el destino de millares de niños. Durante su niñez estará muy mal criada, y a medida que vaya creciendo se corregirá a sí misma. Ya no soy severo con los niños mimados, mi querida Emma. Yo que le debo a usted toda mi felicidad, ¿no sería una ingratitud monstruosa ser severo para con los niños mimados?

Emma se echó a reír y replicó:

—Pero yo tenía la ayuda de todos sus esfuerzos para contrarrestar la excesiva benevolencia de los demás. Dudo que sin usted, sólo con mi sentido común, hubiese llegado a enmendarme.



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