Emma

—¿De veras? Yo no tengo la menor duda. La naturaleza le dotó de inteligencia. La señorita Taylor le inculcó buenos principios. Tenía usted que terminar bien. Mi intervención tanto podía hacerle daño como beneficiarla. Era lo más natural del mundo que pensara: ¿Qué derecho tiene a sermonearme? Y me temo que era también lo más natural que pensase que yo lo hacía de un modo desagradable. No creo haberle hecho ningún bien. El bien me lo hice a mí mismo al convertirla a usted en el objeto de mis pensamientos más afectuosos. No podía pensar en usted sin mimarla, con defectos y todo; y a fuerza de encariñarme con tantos errores creo que he estado enamorado de usted por lo menos desde que tenía trece años.

—Yo estoy segura de que me ha hecho mucho bien —dijo Emma—. Muchas veces me dejaba influir por usted… muchas más veces de lo que quería reconocer en aquellos momentos. Estoy completamente convencida de que me ha servido de mucho. Y si a la pobre Anna Weston también van a mimarla, haría usted una gran obra de caridad haciendo por ella todo lo que ha hecho por mí… excepto enamorarse de ella cuando tenga trece años.



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