Kaladin, marcado por la culpa, cabalgaba hacia un destino del que no sabÃa si podrÃa regresar.
Y sobre ellos, como un tambor de guerra en el horizonte, rugÃa la tormenta eterna.
La guerra no habÃa terminado. Apenas comenzaba.
(Los héroes cruzan tierras desoladas mientras el enemigo toma formas que nadie imaginó.)
La tormenta eterna avanzaba, devorando ciudades, borrando caminos, silenciando la vida. Kaladin, con la capa de los Corredores del Viento ondeando a su espalda, cruzaba tierras arrasadas en su viaje hacia Kholinar. Cada paso lo alejaba de Urithiru y lo acercaba al núcleo podrido de la rebelión.
—¿Por qué pelear si todo lo que amas será arrastrado por la tormenta? —preguntó Syl, danzando a su alrededor, diminuta y luminosa.
—Porque es lo correcto —respondió Kaladin, aunque su voz sonaba hueca incluso a sus propios oÃdos.
El grupo que lo acompañaba —Elhokar, el joven prÃncipe Gavinor, la sagaz Azure— avanzaba con cautela entre ruinas y peligros invisibles. No solo las criaturas fÃsicas acechaban: también los susurros de la desesperanza se colaban en los corazones, una batalla silenciosa que se libraba en la mente.