La barra de los tres golpes

Hallábase su antítesis perfecta en su colega de historia, doctor G., abogagado, de edad madura, personaje singular y extravagante. Caminaba despacio, encorvado, distraído; lucía siempre entre sus labios un grueso habano y acostumbraba pasear por el corredor, frente al aula, hasta que faltaban cinco minutos para terminar la hora. Entraba entonces, diciendo a los muchachos mientras se acomodaba en su silla: “Saquen los libros y estudien”; y continuaba fumando, mientras seguía con la vista el humo que salía de sus labios. En ocasiones caminaba por el pasillo que había entre las filas de bancos, con las manos cerradas, ambos pulgares descansando en sendos bordes del chaleco y la parte inferior del saco sostenida por el ángulo que formaban sus brazos al doblarse.

Solucionó rápidamente el importante problema del desarrollo de su programa. Eligió al azar cuatro o cinco de entre los presentes, exclamando, mientras los señalaba con el índice derecho: "Ud. estudia hasta la página 50; Ud. hasta la 90; usted hasta la 135; Ud. hasta la 180, y Ud. hasta el final". Así distribuyó la historia de Malet, tocándole a Díaz la unidad italiana; pero como éste no iba a clase, escurriéndose con la habilidad de la anguila al primer sonido de la campana, el programa no se pudo seguir.

 

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