La barra de los tres golpes

Le llamaban "Juan Cuello", "Sócrato", "Filósofo" y mil apodos más; sabiendo pedir, se obtenía de él todo lo que se deseaba. Bastaba verlo: "Dr. Figueredo, Ud. que es tan bueno, me permite retirarme por compromisos de gran importancia?". "Anda nomás m'hijo, contestaba con aire paternal, tuteando para ser más paternal aún.

Amaba la filosofía y los estudiantes pagaban las consecuencias: estaban condenados a escuchar sus sentencias solemnes, cuyo contenido no se hallaba por más empeño que se pusiera en la búsqueda. Su tema favorito era el "yo". Citaba pensamientos que parecían tener la profundidad de un pozo y abrigaba la convicción de ser un gran pensador. Ningún estudiante tenía intención de demostrarle lo contrario; mas bien a veces, cuando no se dormían, lo aplaudían frenéticamente, lo que lo halagaba sobremanera; y respirando a plenos pulmones, quería demostrar que poseía la modestia de los sabios con un gesto espectacular pedía que cesaran los aplausos.

Cerró así una larga perorata: "Soy el que ha sido, es y será; ningún mortal ha osado descorrer el velo que me cubre". Acto seguido abandonó pausadamente el aula, entre resonantes demostraciones de jarana de un auditorio totalmente alejado de esos problemas metafísicos.

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