La barra de los tres golpes

Comenzó la proyección de la película muda de “cowboys” y simultáneamente, la sonorización pertinente. Las vacas motivaban prolongados mugidos; a los caballos les imitaban el trote y el relincho y en el mismo momento en que en la pantalla aparecía la imagen de un perro, un ladrido agudo taladraba los tímpanos.

Varias veces se encendieron las luces, buscando a los revoltosos. Llegó el momento culminante, junto con la tensión y el suspenso del filme. Cuando el villano quiso ultrajar a la niña sola e indefensa, veinte espectadores saltaron vociferando, amenazando al villano con los puños cerrados y feroces impropios, mientras las palabras eran acompañadas por hechos más contundentes: bombardeos de naranjas.

Brillaron las luces de la sala en forma definitiva suspendiéndose la función; pero no pudo hallarse a los culpables, pues todos protestaban contra el cine, contra la empresa, contra la película y contra el villano, sin ahorrar calificativos por violentos que fuesen.

 

Una broma singular mantuvo gracia perdurable a través de los años: la manija.

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