La barra de los tres golpes

Terminada la lectura de las listas se formaron filas. Cada celador acompañó a su grupo al aula respectiva, para que cada uno ocupara su asiento, si es que tal nombre podía darse a una gruesa y larga tabla de madera en la cual cabían, más o menos incómodamente, cuatro adolescentes.

Advertimos con sorpresa que el leño que servía de pupitre se hallaba en estado lamentable: roturas por doquier, inscripciones de subido tono, corazones y nombres tallados con cortaplumas y frases escritas con tinta o lápiz.

Como si fuera una invitación al escándalo, repentinamente se apagaron las luces de todo el edificio; sucedió una batahola infernal que sólo concluyó cuando volvieron a encenderse las bombillas eléctricas.







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