Si se presentaba un problema de difícil solución que exigía razonamiento de fondo, se daba una palmada en la frente con los dedos de la mano derecha, exclamando: " ¡Esos cerebros! ¡Esos cerebros!
Nadie podía copiar con él pese a que jamás asumía papel de vigilante, tan propio de quien no tiene fe en sí mismo; sabía mantener la calma y la prestancia. Para una prueba, un muchacho 1levó su lección pasada en un rollito que mantenía en su mano izquierda, haciéndolo correr disimuladamente con el pulgar. El ingeniero Marotta, que acostumbraba a pasear tranquilamente por el pasillo que separaba las filas de bancos, con el cuerpo erguido y la mirada al frente simulando no prestar atención, podía advertir lo que ocurría a través del espejo que formaban los cristales de sus anteojos al reflejarse contra el fondo oscuro de los pizarrones. No había mucha nitidez, pero captaba imágenes.
Ajeno por completo a esos paseos, el alumno seguía copiando con mucho entusiasmo sin suponer que ya había sido descubierto. En determinado momento el ingeniero Marotta se detuvo a su lado; le levantó la mano izquierda exhibiendo a los demás el rollito y sin mirar al que copiaba, exclamó: "¡Juventud, juventud, divino tesoro!", y le puso un cero en la libreta de clasificaciones.