La barra de los tres golpes

Una vez, al finalizar la segunda hora y cuando el hastío había llegado al colmo, alguien tuvo la ocurrencia de formar filas y salir directamente. Así se hizo instantáneamente. La alineación fue perfecta, actuando julio L. Vázquez como celador.

El portero, al ver una división tan disciplinada, suponiendo que estaba llevada por sus funcionarios regulares abrió la puerta cancel y los muchachos saludaron hasta el lunes; pero al llegar a la calle se descubrió la maniobra conminándolos a regresar bajo pena de suspensión. La elección no ofrecía dificultades: así, pues, nos alejamos apresuradamente.

El lunes, al entrar a clase, nos notificaron la suspensión colectiva por cuatro días, con asistencia. Hubo protestas unánimes, amenazas de cumplimiento de la medida no concurriendo a la escuela; todo fue inútil y el castigo quedó vigente. El mayor peligro residía en que se computaban las inasistencias y al final de cada bimestre, a pesar de que nunca faltábamos, teníamos seis, siete u ocho faltas. La posibilidad de quedar libres a la novena era la espada de Damocles suspendida sobre cada uno de nosotros.

 

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