La barra de los tres golpes

A los pocos días comenzaron los exámenes, con variados resultados. Una materia nos enloquecía: contabilidad de tercer año.

Nos reuníamos en casa con Pagliano y Valente, no para repasarla, pues no había punto que ignoráramos, sino para hacer ejercicios de velocidad de cálculos; en la prueba escrita daban al examinado un balance de saldos, le indicaban las existencias de mercaderías y las amortizaciones y sobre esas bases se terminaba el balance general, fijándose el escaso tiempo de una hora, desde que comenzaba el dictado. De modo que el escollo principal radicaba en la exactitud y velocidad de los cálculos, no debiendo aplicarse, pues, casi ningún conocimiento de la materia. Tan absurda prueba deprimía, ocasionando repetable cantidad de deserciones. Concepción poco feliz de un docente que prefería reprobar neciamente en lugar de enseñar con vocación y cariño. Lógica consecuencia era el ingrato recuerdo que se guardaba de él.






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