La barra de los tres golpes

Los jóvenes revoltosos, verdaderos campeones de bromas pesadas, tenían sobrado ingenio para hallar, en cualquier hecho insignificante, una fuente de alegría.

Ortega, muchacho de catorce años, de ojos brillantes e inteligencia despierta, era un verdadero "reo" en la acepción popular del término, siempre dispuesto a la jarana; delgado, de mediana estatura, dejaba ver debajo de sus pantalones cortos dos piernas curvas como paréntesis, que adquirían extravías formas durante las carreras, para las cuales estaba dotado de envidiable velocidad. Muy rebelde, se excitaba si lo contradecían, respondiendo con gesticulaciones y gritos. No temía arriesgarse ni le asustaban los castigos.

Existía entonces en la esquina sudoeste de Corrientes y Callao el bar "Pampa". Allí servía como mozo un hombre de edad madura, cuya cabeza completamente calva, cutis disecado y cara enjuta, recordaban las momias egipcias. Fue bautizado con el apodo de "Ramsés Segundo", resultando cómico el interés con que Ortega seguía sus movimientos a través de las vidrieras. Quince o veinte minutos duraba su contemplación y la consecuente imitación de sus gestos, lo que nos divertía enormemente aunque se tratara de una cuestión tan baladí.

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